Lo perdido con la muerte del abuelo Bolívar (5-3-20)
Lo perdido con la muerte del abuelo Bolívar
Por: Germán Grisales
3 de mayo de 2020
Probablemente, fue uno de los primeros infectados por el COVID-19, al vivir a media cuadra de la frontera, al reaccionar muy tarde las autoridades municipales y departamentales para declarar la alerta en Leticia. La pandemia creció en silencio, cuando ya se expandía en la vecina ciudad de Tabatinga, una ciudad gemela y porosa. Hasta que fue muy tarde.
Lo que se pierde con la muerte del abuelo Antonio Bolívar es mucho más de lo aportado al arte, a través de la película “El Abrazo de la Serpiente”. En el año 2016, cuando era yo Cónsul de Colombia en Tabatinga, me di cuenta de que don Antonio vivía a media cuadra de la frontera con esta ciudad. Fui acompañado de mi ahijada, que era -como él- miembro de la comunidad okaina, y a quien le debo buena parte de la investigación de campo relacionada con los problemas de la juventud indígena urbana y quien pronto será la primera psicóloga de esa comunidad étnica. Lo visitamos en el resguardo del Kilómetro 7. Nosotros queríamos hacerle un homenaje, que después se embolató por los muchos compromisos que él finalmente comenzó a afrontar, dados los triunfos de aquella película, y que nos convencieron de que él ya no necesitaba reconocimientos. Era un símbolo.
[expand title=”Leer más” tag=”h3″]
Aquel día, hablamos de Anastasia Candre, la investigadora y poeta okaina. Él Recordó la historia trágica de los okainas, que en conjunto con otras comunidades como las de los Boras, Muinanes, Andoques, Murui-Muina, entre otros, habían sido desplazadas hacia el Perú en los tiempos de las caucherías, en particular con dirección a la zona del río Ampiyacu, donde floreció un complejo cultural de la Gente de Centro como se le conoce a todo el grupo de importantes culturas en torno de Chorrera y el asentamiento llamado Cordillera.
Me interesaba entrevistarlo porque veía en él al hombre que podía moverse con propiedad en espacios globales y en espacios locales e igualmente en un plano intercultural. Pero ese día descubrimos muchas otras facetas y salimos con la sensación de que Don Antonio era un hombre sabedor cuyo conocimiento estaba siendo subestimado por la ciencia excepto de manera marginal. El abuelo era polifacético: un sabedor sencillo que luchaba por el Amazonas, por la naturaleza, que poseía mucho sentido del humor, que enseñaba de manera didáctica a los turistas sobre el territorio amazónico, dotado de mucha capacidad de adaptación, una experiencia amplia para resolver problemas de selva y de ciudad, como quiera que vivía en un barrio urbano pero, igualmente, en una parcialidad del resguardo ticuna-huitoto; se encontraba dotado con mucha experiencia de vida, en el Putumayo -donde expresaba que se había criado- incluso en el Brasil donde había trabajado como “capinador”, es decir como cortador de maleza en las fincas, y en Leticia, una ciudad intercultural.
Pero, pocos repararon en toda la sabiduría que un hombre como ese guardaba y hubiera sido útil para las futuras generaciones.
Dos temas recuerdo de aquella tarde:
Sus muchos conocimientos de botánica respecto de los cuales se iban perdiendo los conjuros y las palabras sagradas que a menudo acompañan -entre los indígenas- a la percepción de los principios activos de las plantas:
-“Yo sé 36 clases de preparación de raíces, – me dijo- , de cortezas, de hojas, de aceites para ciertas enfermedades, a lo que no llego es a la espiritualidad; lo que yo digo es que un rezandero coge un poco de agua, le echa albahaca y comienza; yo le escucho, pero no le entiendo… porque, ¿qué palabra espiritual está colocando allí…?”-
Y también recordamos el destino de su pueblo, así como el de su lengua. Como se sabe los okainas están en peligro de extinción y en Colombia existen menos de 200 miembros. Y los abuelos que conocen la lengua en el Perú y en nuestro país, no son más de cuarenta, por lo que la lengua está a punto de desaparecer con ellos si no se construye un esfuerzo institucional e intergeneracional:
El abuelo señalaba en esa sesión que “ahora no sabemos el nombre de la uva (en lengua okaina); la hoja verde nueva tiene nombre; las hojas de más abajo y maduras tienen nombre; la corteza tiene nombre; el tronco tiene nombre; la cascara tiene nombre; las raíces tienen nombre; si no lo conocemos todo, ¿cómo se puede renacer? No todo será posible salvarlo, ¿a quién le voy a preguntar si mi abuelo ya murió?
El abuelo Antonio percibía con angustia el impacto negativo del cambio de las circunstancias, la convivencia multiétnica y el desarraigo, por los cuales los conocimientos se iban perdiendo.
“¿Con quién voy a hablar Okaina si estoy en medio de los ticunas? Ya no tengo con quien hablar; mi lengua se ha ido desvaneciendo; ya cuando tú me hablas quedo pensando qué será lo que me estás diciendo, no sé qué es, qué quiere decir; lo escucho pero no lo comprendo, ni lo entiendo; entonces le digo ¡qué lástima usted está acá y yo estoy allá lejos¡; ¿qué vamos hacer?… ya nuestra raza se perdió; ya no somos muy originales, tampoco; ya nuestros abuelos y abuelas -que conocían todos los nombres- desde una hormiga hasta un elefante- ya no están; la medicina de la selva, ¿cómo se usaba?, ¿cómo se preparaba?, ¿cruda, cocinada, en sahumerio, en pomada?…, hoy no lo sabemos…”
El abuelo Antonio se fue diluyendo poco a poco, anteayer. Su salud no aguantó. Quizás no sabía que su cuerpo se enfrentaba a un demonio desconocido, como lo enfrentaron los ancestros. Pero todas las Administraciones del Departamento y del Estado conocían lo que estaba aconteciendo con los dineros públicos perdidos y relacionados con la salud del Amazonas. El abuelo ahora ya está muerto pero pudo haber vivido si el sistema de salud hubiera sido mejorado a tiempo y los cómplices detenidos con rapidez.
[/expand]
(Realizado con base en retazos de mi tesis doctoral sobre estudios amazónicos, de la Universidad Nacional de Colombia.)
Imagen: https://www.eluniversal.com.mx